5/10/10

Resentimiento

Foto: J.


Como un monstruo invisible, pegajoso. Así fué creciendo en mi interior.
Al principio sólo era una semilla. Una pequeña semilla dotada de pies, que me recorría de noche.

Me despertaba de repente de madrugada, abría los ojos y le sentía, escondida, hurgando y  palpitando dentro de mí.

Subía por mi espalda y se anclaba en mi sien. Saltaba a la oreja y bajaba por el cuello hasta mi pecho. Solía hacer malabarismos en mi ombligo, haciéndome difícil descansar.

Fué creciendo lentamente. Al principio imperceptible, pero pronto desarrolló raíces que me hacían más difícil respirar.

Desarrolló voz y empezó a gritarme cuando me hablabas, para que no pudiera escucharte.

Una voz muda, llena de palabras rápidas, agudas, dolorosas.

Ya no eras y ya no era, todo estaba desfigurado por su sombra tras mis ojos.

Inundó mi corazón, mi mente, mis riñones. No quedó espacio para nada: Sólo el vacío.

Lo devoró todo: los recuerdos, las buenas intenciones, incluso las ganas de preguntarte por qué. Sólo quedó hastío, indiferencia.

No puedo reconocer ya tu voz, no puedes reconocer ya mis manos. No quedan huellas en la arena.

Nada queda.

Nada.